Y así con apenas un puñado de lágrimas en los bolsillos y un corazón de repuesto ansioso por ser estrenado, decidí volver a casa en un largo viaje con trasbordo al pasado. Como despedida, un cruce de miradas, el silencio se encargó del resto.
No pude evitar echar una última ojeada tras la ventana, para ver alejándose para siempre a ese otoño gris que me arropaba en aquellos atardeceres pintando un callejón de bohemia con luces color sepia, a ese que me servía la merienda, y entre manteles, una orgía de copas vacías destilando lágrimas y soledades.
En mi recuerdo quedarán todas aquellas veces que me acompañaba a casa, y al salir el sol siempre me recitaba el mismo pergamino, relatando manchas de vino sobre la almohada hasta que me podía el sueño. Logró convencerme para quebrantar nuestro toque de queda, y Dios sabe que intenté resistirme, pero el deseo pudo más, y como a un niño injenuo me enseño a aceptar caramelos a desconocidos. Me llevó de la mano a un desfile de corazones que en el suelo esperaban a que alguien resbalase con ellos al pasar.
Y en nuestra última navidad, con el humo de un cigarrillo a medio fumar y un wisky aguado que desafinaba una hermosa melodía, creo un museo de amores desmoronados debajo de la mesa, prometiéndome que siempre andaría por allí, que volviera a buscarle si le necesitaba.
No pude evitar echar una última ojeada tras la ventana, para ver alejándose para siempre a ese otoño gris que me arropaba en aquellos atardeceres pintando un callejón de bohemia con luces color sepia, a ese que me servía la merienda, y entre manteles, una orgía de copas vacías destilando lágrimas y soledades.
En mi recuerdo quedarán todas aquellas veces que me acompañaba a casa, y al salir el sol siempre me recitaba el mismo pergamino, relatando manchas de vino sobre la almohada hasta que me podía el sueño. Logró convencerme para quebrantar nuestro toque de queda, y Dios sabe que intenté resistirme, pero el deseo pudo más, y como a un niño injenuo me enseño a aceptar caramelos a desconocidos. Me llevó de la mano a un desfile de corazones que en el suelo esperaban a que alguien resbalase con ellos al pasar.
Y en nuestra última navidad, con el humo de un cigarrillo a medio fumar y un wisky aguado que desafinaba una hermosa melodía, creo un museo de amores desmoronados debajo de la mesa, prometiéndome que siempre andaría por allí, que volviera a buscarle si le necesitaba.
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